jueves, 20 de agosto de 2009

¡¡QUÉ BIEN SE VIVE EN MALLORCA!! (I)


Hace unos días volví de viaje. Aproveché una de mis escasas semanas de vacaciones para escaparme a "peninsulear" un poco. El destino, o más bien las compañías, me llevaron a confeccionar un viaje un tanto extraño, uniendo la moderna y vanguardista ciudad de Madrid con la antigua y retrógrada tierra cacereña.

¿Qué puedo decir de Madrid? Pues para empezar que aún no se muy bien si ese avión me llevó a la capital española o al mismo centro de Quito.
Yo no soy un tipo que se caracterice por su altura, pero puedo jurar que me pasé medio viaje apartando cabecitas latinoamericanas para poder abrirme paso por la ciudad.

Otra de las cosas que me impactaron fue la cantidad de prostitutas que vi deambular por la que se considera ciudad modelo en el territorio español y aspirante a acoger las Olimpiadas de 2016. Supongo que la clave para ganar medallas será que estas damiselas acompañen a nuestros deportistas durante las semanas que estos residan en las villas olímpicas.

Para acabar, debo hacer referencia a la chulería de los lugareños. Gentes con la inteligencia atrofiada y menos educación que un chimpancé que son incapaces de dirigirse a las demás personas con una sonrisa o, al menos, esgrimiendo un confortable "Buenos días".

Y, ¿qué puedo decir de Cáceres? Bueno, en realidad no estuvimos en Cáceres ciudad (que ya era la hostia de tentador), sino que estuvimos en un pueblecito llamado Coria, bañado por las aguas del río Alagón y sudado por temperaturas nunca inferiores a los 36 grados centígrados.

Con ese calor, nuestro único consuelo al llegar al pueblo era tratar de encontrar la casa lo antes posible para tumbarnos en el sofá a ver la tele con el aire acondicionado a 25 grados bajo cero. ¡PUES NO! Ni tele, ni aire, ni leches. Aquello era una especie de casa de Gran Hermano con la suerte de que allí sí que había gente con cerebro y que ninguna se pelearía por el tabaco.

Rodeado de vecinos cotillas y mirones, atrincherados en sus bloques de cincuenta viviendas cada uno con el fin de no derretirse por el calor extrañamente húmedo que pegaba sus axilas a su torso, nos dedicamos a integrarnos en la sociedad coriana lo mejor que pudimos, dándole una gran importancia a la parte más transitada de la casa, el balcón.

Pasados unos días de calor sofocante y viajes interminables en coche, decidimos ir al pueblo de al lado, Torrejoncillo, caracterizado por su trazado extremadamente irregular, donde disfrutaríamos de nuestra última noche en tierras extremeñas asistiendo a unos encierros taurinos típicos de la localidad.
Allí estaba yo, bebiendo garrafón de 4 euros, rodeado de gitanos y proyectos de gitano, observando cómo puteaban a un toro de 400 kilos, que de lo único que era culpable era de haber nacido en esas tierras, tirándole petardos a la cara, rociándolo con agua a presión o punzándole el trasero con una vara, para divertimento del personal allí presente.
Pero eso no fue lo más impactante. De repente, cuando llevábamos unas dos horas de encierro, apareció entre la multitud, envuelto de jaleo y vítores, un "señor" que, armado con un rifle, disparó a bocajarro al pobre animal, dejándolo inerte sobre esos amagos de adoquines mientras el pueblo entero se acercaba a contemplar la hazaña. Tiro certero en la sensibilidad humana, donde quiera que esté.


Pese a todo lo relatado, el viaje fue increíble. La compañía lo hizo inigualable y, por ese motivo, repetiría sin dudar. Gracias a todos.


Como colofón, y tras haber podido contemplar la vida desde lugares tan distintos como Madrid o Coria, es necesario que repita una de mis frases más usadas:


¡¡QUÉ BIEN SE VIVE EN MALLORCA!!



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1 comentario:

Daniel Terrasa dijo...

Eso no fue un viaje al pueblo, sino un viaje al siglo XIX

PORQUE LA VIDA PUEDE SER MARAVILLOSA